P. Aderico Dolzani, ssp.
Algunas personas le contaron a Jesús un hecho de la
crónica cruel de su época: Pilato asesinó a unos fieles y mezcló su sangre
con la de las víctimas de los sacrificios. Y ante la pregunta, Jesús
responde: “No sufrieron esto por malos, como tampoco los que murieron
aplastados por la torre de Siloé”. Como nos ocurre a nosotros a veces, ellos
buscan en la Palabra una información. Jesús les contesta que esos galileos,
si no daban frutos, no eran más culpables que ellos. Jesús habló entonces de
los presentes: “Si ustedes no cambian, terminarán de la misma manera”. Y
continuó con la parábola de la higuera estéril, para enseñarnos que es
necesario dar frutos. Lo que puede servirnos para echar una mirada a nuestros
fracasos. Nadie está exento de experiencias frustrantes en la vida. Proyectos
de trabajo en los que invertimos tiempo e ilusiones, y que se desmoronaron.
Relaciones afectivas del plano familiar o de amistad se desvanecieron en
silencio y decepciones. Proyectos de estudio interrumpidos por otras necesidades,
o la imposibilidad de completarlos. Y si miramos en nuestro corazón de
cristianos, de creyentes, también podemos experimentar la falta de frutos
espirituales. Cada vez que nos acercamos al confesionario o pedimos perdón,
estamos aceptando una experiencia de esterilidad. En esos momentos, hay quienes
piensan que todo está perdido. La depresión serpentea en nuestra sociedad
más de lo que aparenta. Otras veces, nos proponemos cambiar la próxima vez,
algún día, más adelante, en el futuro... Y la vida continúa estéril.
Jesús nos enseña que siempre hay otra oportunidad para el que se anima a
cambiar. La este- rilidad, la frustración, el pecado, los errores y la
depresión nunca son razones para conformarnos con lo que somos. El Señor es
quien trabaja su higuera, la riega, la cuida, la abona... y ésta vive, crece,
da fruto y se reproduce sin darse cuenta de lo que recibe. Jesús quiere que
nos convirtamos ahora.
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