P. Aderico Dolzani, ssp.
María Magdalena fue al sepulcro de madrugada, cuando
todavía era oscuro y apenas había terminado el reposo sabático. Caminaba
triste, despacio. Otras mujeres también fueron al sepulcro para arreglar la
tumba y embalsamar el cuerpo de Jesús. Cuando lo habían bajado de la cruz,
habían tenido que hacer todo muy rápido, se habían quedado sin tiempo. La
Magdalena encontró el sepulcro vacío,por eso corrió a buscar a los hombres.
Imaginaba que habían robado el cuerpo del Señor. Pensaría que los discípulos
sabrían mejor qué hacer. Al enterarse, todos comenzaron a correr: apóstoles y
mujeres. El sepulcro estaba vacío, las vendas, cuidadosamente dobladas, cosa no
esperable de un ladrón. Los discípulos fueron, vieron y creyeron, aunque no
habían comprendido que, según las escrituras, Jesús debía resucitar de entre
los muertos. Nunca se había dado algo así. Poco a poco, fueron comprendiendo el
misterio de Jesús, a medida que la fe iba iluminando su mente. Se parecía al
caso de Lázaro, el amigo de Jesús. Pero Lázaro estaba vivo y vivía entre ellos.
En cambio, esto de Jesús, se parecía más a un fantasma que a un resucitado como
Lázaro. A Lázaro lo resucitó el Señor, pero volvería a morir. Cristo, por el
contrario, resucitó para vivir para siempre. La resurrección de Cristo era el
único dato que cambiaría definitivamente la vida de esas mujeres y de los
apóstoles, así como puede y debe cambiar la perspectiva con la que nosotros
miramos la vida. Celebrar la Pascua es mucho más que participar de todas las
funciones de Semana Santa. Es el cambio que da nuestra vida cuando creemos
verdaderamente en Cristo resucitado. La resurrección de Jesús es la gran
noticia del evangelio, la que realmente cambia la historia de la humanidad.
Celebrar la Pascua es pasar de una fe superficial a creer que el resucitado
está vivo entre nosotros y en el mundo.
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