Seguidores

miércoles, 6 de agosto de 2014

La Transfiguración del Señor.



Hoy celebramos la Fiesta de la Transfiguración del Señor. Pidamos a Dios que realice en nosotros una "transfiguración interior" que nos permita contemplar su divinidad.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de este, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Cuando aún estaba hablando una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: «Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: «Levántense y no teman». Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie sino a Jesús.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos». Mateo 17 1 al 9

«La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar en la presencia del Señor.
Jesús se aparta con tres de sus apóstoles para orar. Los tres discípulos que serían testigos del abatimiento de Jesús en Getsamaní, fueron elegidos antes para ver su gloria en el Tabor.
¿Qué sentido tiene este detalle para Él? Sin duda alguna Jesucristo escogió un lugar adecuado para ofrecer una señal de su divinidad.
Jesús, para sus apóstoles, es el maestro y el guía de sus vidas, pero es fácil comprender que con el transcurrir del tiempo y las largas horas en su compañía perdieran de vista que Jesús era también el Mesías. En el capítulo 16 de este mismo evangelio de Mateo podemos leer cómo Pedro realiza su confesión de fe, y manifiesta por primera vez que Cristo es el Mesías, el enviado por Dios para redimir al mundo. Probablemente los milagros y curaciones no lograban mantener esta llama de fuego interior, que es la fe, en el corazón de los apóstoles, y Jesús quiso transfigurarse delante de ellos, es decir, mostrarse en toda su divinidad.
Nuestra fe es endeble, pobre. Cuando realmente conectamos con nuestro interior, escuchamos a Jesús en el silencio, nos damos cuenta que a través de Él Dios nos ama, nos perdona y nos acoge.
También nosotros podemos ser como los apóstoles. Los hechos extraordinarios o milagrosos no son suficientes para mantener viva nuestra fe. En ocasiones pueden ayudarnos, pero la realidad es que a Cristo, a Dios, se le conoce en el diálogo, es decir, en la oración. Se trata de un anticipo de nuestra esperanza. Jesús transfigurado es el modelo en el que seremos transformados. Pero antes hay que escucharle, hay que seguirle, hay que subir con él hasta la cruz, hay que entrar en la nube de Dios. La cruz es la gran teofanía de Dios, y es amando hasta la muerte como nos transformaremos definitivamente. No es cuestión de hacer chozas en el monte, sino de bajar a las simas donde sufren los hermanos.
Pidamos a Dios que realice en nosotros una "transfiguración interior" que nos permita contemplar su divinidad con el fin de conocerle y amarle cada día con más intensidad.

Oremos.
Señor, sólo Tú eres la respuesta a todos mis anhelos y aspiraciones. Concédeme saber escucharte siempre para poder discernir el bien y el mal y, con tu gracia, podré adherirme a tu voluntad. Gracias por recordarme que nunca debo temer, porque Tú siempre estás conmigo, llenando mi vida de dones que tristemente, en ocasiones, dejo pasar. Amén



No hay comentarios:

Publicar un comentario