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lunes, 3 de noviembre de 2014

San Martín de Porres.



Hoy, 3 de noviembre, celebramos a San Martín de Porres, quien nació en la ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra libre panameña. Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera. A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima. Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario. Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida. 

San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar desapercibido y ser el último". Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida. 

El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor". La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres". Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. 

Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador. Entregó su alma a Dios el 3 de noviembre de 1639. 

Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín de la caridad".


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