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jueves, 6 de diciembre de 2012
Un cuento de Navidad para el primer domingo de Adviento.
Todos los años, al aproximarse la fiesta de Navidad, acontecía algo especial en Paulita. Cuenta su mamá: "Cuatro semanas antes de Navidad, Paulita dice adiós a sus juguetes y se transforma en una niñita tan obediente que encanta. Pero con la llegada del año nuevo vuelve a ser la niña de siempre". Admirada, la madre contempla estos cambios tan bruscos. Ni ella, ni el papá y ninguno de los amiguitos más íntimos de la pequeña saben dar explicación a ese hecho extraño. Solamente Dios conoce su secreto. Cuando Paulita tenía cinco años, su abuela le contó que el Niño Jesús había nacido tan pobre que no tenía como otros niños, una cunita calentita, sino que lo habían dejado en un frío establo, en pleno invierno. Lágrimas de compasión corrieron por las mejillas de la niña: ¡Pobre Niñito Jesús, sin colchón, sin abrigo! ...¡ y Jesús era el Hijo de Dios!... ¿Qué se podía hacer?. - ¿No te gustaría ofrecerle una camita blanda y frazadas abrigadas? - le preguntó con interés la abuelita. - ¡Cuánto me gustará abuelita!... Pero, ¿Cómo puedo hacer yo todo eso? - Escucha. Cada sacrificio que hagas será una pluma para el colchoncito de Jesús, y cada oración una hebra para las sabanitas. Faltan cuatro semanas para el nacimiento. Todavía tú puedes, en este tiempo, prepararle una camita calentita. Este fue el secreto que Paulita guardó con mucho cariño y que nunca olvidó. Cuando la mamá colocaba la Corona de Adviento en el comedor y encendía la primera de las cuatros velas, Paulita comenzaba a juntar plumitas y a fabricar hilos para la camita del Niño Jesús. Al principio esto no fue fácil, pues no podía encontrar nada, no sabía qué sacrificios podía hacer. Un día, durante el juego, Antonia, una de sus compañeras, para molestarla le dio un fuerte pelotazo en la espalda, y cuando Paulita estaba a punto de pagar con la misma moneda, oyó en su interior una vocecita que le decía: "No tires la pelota a Antonia, soporta el dolor por Mí. Has un sacrificio". “Ahora - pensó Paulita - ahora ¡sí Señor!, estas son tus plumitas, los sacrificios para el Niño Jesús". No tiró la pelota y así recogió la primera pluma que guardó en su corazón, en un cofrecito celestial. Aquella misma tarde cuando su madrina le dio un chocolate, ella ya sabía que ese chocolate tenía que ser cambiado por una plumita para el colchón del Niño Jesús. En vez de comérselo, se lo dejó en el bolsillo del abrigo de su hermanito. Al día siguiente ayudó a su mamá llevando un canasto de ropa al lavadero y allí trabajó con ella toda la mañana, tanto que su mamá quedó admirada y la besó suavemente. Todo se transformaba en plumas para el pesebre: dulces, sacrificios y oraciones. En la tercera semana de Adviento, cuando se encendió la tercera velita, Paulita ya había juntado treinta y nueve plumitas. "¿Bastarán?", reflexionó... Como no sabía si treinta y nueve plumas serían suficientes para hacer un colchón, sacó calladita el colchón de la muñeca de su hermana y fue al sótano. Allí, con toda calma, abrió una de las costuras y sacó treinta y nueve plumas. Pero quedó desilusionada al ver el pequeñísimo montón. No había juntado ni la mitad de lo que necesitaba. Tan poca cosa no bastaría para calentar al Niñito Jesús, al Hijo de Dios. "No importa", pensó, y con un suspiro puso otra vez las plumas en el colchón. Desde ese momento la dominaba un solo pensamiento: "¡Más plumas!¡Necesito juntar más plumas, si no el querido Niño Jesús pasará frió!". ¡Cómo se esforzaba la niña! Vivía atenta sin perder ninguna ocasión de hacer un sacrificio. Durante este tiempo ella fue la más amable de las compañeras, la más servicial, especialmente frente aquellas que no le gustaban, y hasta hubiera sido capaz de decirles que hicieran cualquier cosa para así tener la ocasión de juntar otra plumita. ¿Comprenden ahora por qué en cada Adviento Paulita deja de lado sus juguetes? Su tesoro secreto crecía siempre más. El Niño Jesús, ¿no debería tener también sabanitas? En la cama de Paulita había dos y además la abuela le había enseñado cómo hacerlas. Cada vez que rezara, sería una hebra de hilo para las sábanas del Niño Jesús. Ahora Paulita agregó a las oraciones de la mañana y de la noche un Ave María, y cuando miraba el cuadro que colgaba en la paed, sobre la cama, pensaba: "Mi corazón es sólo de Jesús". En el camino a la escuela cuando pasaba por la iglesia, se encontraba con una imagen de la Virgen y el Niño Jesús en brazos. Paulita vio que las flores estaban allí muy marchitas. Desde ese día llevó todas las mañanas un ramo de flores a la iglesia y lo dejó a los pies de la Santísima Virgen. Después, rezó todas las oraciones que se sabía de memoria, recordando que cada una sería hebra de hilo para las sabanitas de su querido Jesús. Finalmente llegó la Navidad, la hermosa Nochebuena. Paulita estaba arrodillada muy cerca del pesebre, en una dulce conversación con el Niño Jesús: “Estás recostado sobre paja, pero en mi corazón, querido Jesús, hay muchas plumitas para calentarte. Tengo dos sabanitas para cubrirte. Ven Niño Jesús, ven a mi corazón; te va a gustar la camita calentita y blandita que te he preparado”. Y el Niño Jesús entró alegremente en el corazón de Paulita.
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