Como verdaderos testigos de Jesucristo, san Pedro y san
Pablo dieron
su vida en el martirio. La tradición cristiana ubica estos hechos en Roma,
durante alguna de las persecuciones del emperador Nerón (entre los años 64 y 68
d.C.). Ellos realizaron la misión del apostolado anunciando la Buena Noticia de
Jesucristo con valentía y sin volverse atrás ante las adversidades. Toda la
Iglesia hoy los ensalza, y aprovecha esta celebración para renovar su
compromiso con el anuncio del Evangelio.
1ª Lectura Hech 12, 1-11
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
El rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia
para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que
esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de
“los panes ázimos”. Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo
la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su
intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras
Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios
por él. La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer,
Pedro dormía entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas
vigilaban la puerta de la prisión. De pronto, apareció el Ángel del Señor y una
luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar,
diciéndole: “¡Levántate rápido!”. Entonces las cadenas se le cayeron de las
manos. El Ángel le dijo: “Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias”, y
Pedro lo hizo. Después le dijo: “Cúbrete con el manto y sígueme”. Pedro salió y
lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por
intervención del Ángel, sino que creía tener una visión. Pasaron así el primero
y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la
ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta
el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se alejó de él. Pedro, volviendo
en sí, dijo: “Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de
las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío”.
Palabra de Dios.
Salmo 33, 2-9
R. El Señor me libró de todos mis
temores.
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en
mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se
alegren. R.
Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su nombre todos juntos.
Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis temores. R.
Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se
avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de
sus angustias. R.
El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en él se refugian! R.
2ª Lectura 2Tim 4, 6-8.
17-18
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a Timoteo.
Querido hijo: Ya estoy a punto de ser derramado como una
libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el
buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí
la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese día, y no
solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
El Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera
proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui
librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará
hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de
los siglos! Amén.
Palabra de Dios.
Evangelio
Mt 16, 13-19
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que
es?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías;
y otros, Jeremías o alguno de los profetas”. “Y ustedes –les preguntó–, ¿quién
dicen que soy?”. Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: “Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús le dijo: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás,
porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las
llaves del Reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en
el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Palabra del Señor.
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