Un hombre, entrado en años y de humilde aspecto, llega a tratarse con un destacado cardiólogo a su clínica privada, recomendado por un médico de un sanatorio público. Luego de tres horas de atender a sus clientes recibe al anciano y éste le explica la razón de su visita: “El médico del hospital estatal me ha enviado a usted porque únicamente un galeno de su prestigio podría solucionar mi problema cardíaco y, en su clínica poseen equipos modernos como para operarme”. El médico ve los estudios y concuerda con el colega del hospital. Le pregunta al viejo con qué compañía de seguros se haría operar. Éste le dice que no tiene seguro social, tampoco dinero. “Como verá, soy pobre y sin familia, lo que pido, sé que es mucho, pero tal vez usted puede ayudarme”.
El médico lo interrumpió abruptamente sin dejarlo terminar la frase. Estaba iracundo con su colega del hospital. Lo envió de vuelta con una nota explicándole que su “clínica era privada y de gran prestigio, por lo tanto no podía acceder a su pedido”. Al retirarse el anciano del consultorio, el médico se percató que éste había olvidado una carpeta con unos poemas y una frase suelta que le llamó la atención. La frase decía: “El órgano que mejor habla es el corazón” y firmaba Hermógenes Fauvert. Esta frase le gustó mucho al médico, pero lo que más le agradó fue el nombre del autor de la frase, Hermógenes Fauvert.
Los poemas le hacían recordar su juventud, pues en la escuela, la maestra le leía los hermosos cuentos infantiles de Fauvert. En la secundaria, la profesora de Poética les enseñaba sus bellos versos y fue con uno de ellos que se enamoró de su primera novia. Días después, la secretaria entró al consultorio con el periódico y dolida dijo al médico, “¿Se ha enterado, doctor? Han encontrado muerto a Hermógenes Fauvert en un banco de la plaza de la alcaldía, tenía 88 años el pobre”. El médico suspiró de pena y contestó: “Hombres como él no deberían morir. Que Dios lo tenga en Paz, me hubiera gustado conocerlo“. ¿No lo recuerda?, dice extrañada su asistente, y mostrándole la fotografía del periódico le indica: “Era el pobre viejo que vino unos días atrás a hablar con usted”. El médico no la dejó terminar. Le pidió que se retire y sentándose lloró como nunca lo había hecho, Secando las lágrimas de su mesa, alzó su mirada al cielo para exclamar con gran remordimiento: “Perdóname mi Dios, no soy digno de ti, no soy merecedor de tu indulgencia. Todo lo que tengo, te lo debo. Me enviaste a un pobre hombre y me habló con la voz del corazón. Yo lo escuché con el oído del egoísmo…”. Con el correr del tiempo, la Clínica Hermógenes Fauvert, como hoy se denomina, se hizo famosa. El médico habilitó un sector para la atención de los pacientes sin seguro médico y él personalmente realiza las operaciones.
¡Cuántas veces nos habrá pasado lo mismo a nosotros! Nos han hablado con la voz del corazón y no hemos oído... hemos sido egoístas con nuestros hermanos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario