Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua?". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".
Palabra del Señor.
Comentario
Dios es el único que tiene poder sobre los elementos de la naturaleza. Muchas veces el Antiguo Testamento menciona este poder de Dios sobre las aguas. En el principio, él separó las aguas de la tierra (Gn 1, 6). En el Éxodo, abrió el mar para liberar al pueblo de la esclavitud (Éx 14, 21). Ante este poder de Dios, el ser humano constata su propia finitud (Job 38, 8). Los discípulos, en este trayecto en el cual van descubriendo quién es Jesús, lo ven ahora manifestarse poderoso sobre el mar. Y por eso exclaman: "¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!". Esta es la confesión de fe que repetimos cuando, sobre las tormentas y turbulencias de la vida, Jesús manifiesta su cercanía y autoridad.
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