Este viernes hace dos años, el argentino Jorge Mario Bergoglio se hizo Francisco, Papa universal elegido por el Cónclave en la Capilla Sixtina. Su revolución evangélica, su adhesión radical al Evangelio que ha hecho crecer en forma extraordinaria la cercanía de la Iglesia con la gente en la frontera de la misericordia, con un lenguaje a veces fuerte en el combate contra la exclusión social, la desigualdad, la marginalidad en todos los niveles, el descarte de los débiles pobres y sufrientes, componen un "mensaje incomodo" como afirma el obispo Giancarlo Bregantini, muy vecino a Bergoglio, que fastidia y mueve al rencor a muchos sectores conservadores.
Francisco ha limpiado la Iglesia, ha cumplido lo que dijo unos dias antes de entrar en el Cónclave a los cardenales electores, convenciéndolos que era él el hombre del destino de una Iglesia sacudida por la renuncia del Papa Benedicto XVI, los escándalos de la Curia Romana, los robos en el IOR, el banco pontificio y las peleas internas en el gobierno central de la Iglesia que decidieron a Joseph Ratzinger a dimitir, un gesto que se reveló extraordinario y cambió la historia de la Iglesia.
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