Jueves 30 De la feria. Verde.
LECTURA
Ecli 42,
15-25
Lectura del
libro del Eclesiástico.
Ahora voy a
recordar las obras del Señor; lo que yo he visto, lo voy a relatar: por las
palabras del Señor existen sus obras. El sol resplandeciente contempla todas
las cosas, y la obra del Señor está llena de su gloria. No ha sido posible a
los santos del Señor relatar todas sus maravillas, las que el Señor
todopoderoso estableció sólidamente para que el universo quedara afirmado en su
gloria. Él sondea el abismo y el corazón, y penetra en sus secretos designios,
porque el Altísimo posee todo el conocimiento y observa los signos de los
tiempos. Él anuncia el pasado y el futuro, y revela las huellas de las cosas
ocultas: ningún pensamiento se le escapa, ninguna palabra se le oculta. Él
dispuso ordenadamente las grandes obras de su sabiduría, porque existe desde
siempre y para siempre; nada ha sido añadido, nada ha sido quitado, y él no
tuvo necesidad de ningún consejero. ¡Qué deseables son todas sus obras! ¡Y lo
que vemos es apenas una chispa! Todo tiene vida y permanece para siempre, y todo
obedece a un fin determinado. Todas las cosas van en pareja, una frente a otra,
y él no ha hecho nada incompleto: una cosa asegura el bien de la otra. ¿Quién
se saciará de ver su gloria?
Palabra de
Dios.
SALMO
Sal 32, 2-9
R. La
palabra del Señor hizo el cielo.
Alaben al
Señor con la cítara, toquen en su honor el arpa de diez cuerdas; entonen para
él un canto nuevo, toquen con arte, profiriendo aclamaciones. R.
Porque la
palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y
el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.
La palabra
del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales; él
encierra en un cántaro las aguas del mar y pone en un depósito las olas del
océano. R.
Que toda la
tierra tema al Señor, y tiemblen ante él los habitantes del mundo; porque él lo
dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste. R.
EVANGELIO
Mc 10, 46-52
Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús
salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo
de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al
enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús,
Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se
callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de
mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al
ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama". Y el ciego,
arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le
preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió:
"Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha
salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Palabra del
Señor.