San Francisco nació el 1182 en Asís, aunque Dante quería llamarla Oriente, pues allí nació para el mundo un sol. Era hijo de Pedro Bernardone y de Mona Pica. Hasta los 24 años llevó una vida muy disipada. Cayó enfermo y decidió cambiar. Pronto lo olvidó. Entró un día en San Damián, y una voz de Cristo le decía: «Francisco, repara mi Iglesia, que, como ves, amenaza ruina». Y se puso a reparar aquella iglesia.
Su padre lo recoge y lo encierra en casa. Francisco tira por la ventana los paños de su padre, que lo arrastra ante el obispo para castigarle. Francisco dijo: «En adelante sólo diré, Padre Nuestro que estás en los cielos, no padre Bernardone, pues le devuelvo dinero y vestidos». Y se marchó.
Su vocación se le aclaró en la fiesta de San Matías. A1 oír en el Evangelio que los servidores de Cristo no debían poseer oro ni plata, ni alforja, ni calzado ni dos túnicas, exclamó, según Celano: «Esto es lo que yo buscaba y lo que quiero cumplir». Y se decidió a seguir en todo al pie de la letra el Evangelio y los pasos de Nuestro Señor. Le siguieron discípulos. Y una noble doncella, Clara. Clara de nombre y clara por sus obras. Este es el mensaje de Francisco: Reproducir en todo la vida de Jesús, vivir su pobreza, imitar sus pasos y doctrinas. «El mismo Dios me reveló, dice su Testamento, que debía vivir según la norma del Santo Evangelio». Según las Florecillas, Cristo quiso renovar su vida y pasión en Francisco. Francisco eligió doce compañeros como Jesús, y al morir mandó traer unos panes, los bendijo y repartió. Dicen que Mona Pica lo dio a luz en una cueva. Comenzó en Greccio la devoción del «Pesebre». Recibió las llagas. Fue predicador ambulante. Peregrinó a Tierra Santa. Y a Santiago de Compostela.
Tuvo gran amor a la Virgen, amor que extendió a todos los hombres. Mimaba a los enfermos y besaba a los leprosos. Sólo al hermano Mosca no lo quiso admitir, porque «ni oraba ni trabajaba y vivía como un zángano».
Ampliaba el amor a los animales y les hablaba con cariño, incluso al lobo de Gubbio. Si pudiera, el día de Navidad repartiría trigo para todos. En el Cántico del Sol llama hermanos a todas las criaturas.
Vivía y recomendaba la oración prolongada, la obediencia, la hospitalidad, la alegría -¡la perfecta alegría!-, la humildad, hasta el punto de no querer pasar de diácono. Era enemigo de discutir: «¡Señor, hazme instrumento de tu paz!» Amaba sobre todo a la santísima pobreza, la Dama Pobreza. Pide al Papa en Roma les conceda llevar ese género de vida.
«Casi ciego ya por la mucha penitencia y continuo llorar», vio que le llegaba la muerte. «Sea bienvenida mi hermana la muerte», exclamó. Pidió que le leyeran el Evangelio de la Pasión y que Fray Ángel y Fray León le cantaran la estrofa de la hermana muerte, y se durmió en el Señor. Murió en la Porciúncula, el 4 de octubre de 1226, a los 44 años de edad, mirando a Asís.
Fue canonizado dos años después en Asís por Gregorio IX. Dos años más tarde fueron trasladados sus restos a su Basílica, tan hermosamente decorada por los frescos del Giotto. Dieron un rodeo, pasaron por San Damián, y ante las rejas abrieron el féretro para que Santa Clara, su más preciosa plantita, contemplara su cuerpo, fresco como el de un niño.
San Francisco trajo al mundo una nueva primavera. El pueblo le llamó «el Cristo de la Edad Media». Lope de Vega lo apellida «Lugarteniente de Cristo». Isabel la Católica lo invocaba como «Alférez de Cristo, padre mío y muy amado y especial abogado». San Francisco es una figura irrepetible.